DETRÁS DEL LENTE

CIUDAD DE MÉXICO, MÉXICO POR KARLA READ

¿Cómo empezó tu interés por la fotografía?

Nació a raíz de mis intentos por cantar, pintar y dibujar. Creo que no lo intenté con mucho ímpetu en esas otras áreas, así que al final terminé dedicándome a mi fascinación por la imagen, los símbolos y lo estético. Mi pasión por interpretar y entender la vida siempre se ha canalizado a través de lo visual, de lo que uno experimenta de manera inmediata.

El amor es un tema recurrente en tus proyectos de fotografía personales, ¿qué significa para ti el amor?

El amor es la urgencia de querer compartir la experiencia de vida con otra persona. Es cuidar, sobre todo cuidar. Visualmente, el amor tiene formas muy interesantes. Y aparte de ser una romántica, por eso siempre me ha atraído fotografiarlo: porque es una emoción compleja, pero también cotidiana, que se manifiesta de formas inesperadas.

Naciste y creciste en República Dominicana, y ahora vives en México. ¿Qué referencias visuales o artísticas moldearon tu idea de México antes de vivirlo en carne propia?

Curiosamente, no tenía ninguna referencia concreta. No recuerdo haberme hecho una imagen muy clara antes de venir. Vine por lo que me contaron y porque necesitaba vivir otra vida, dentro de las muchas que he vivido en esta vuelta. Si mal no recuerdo, antes de venir vi la película Roma, y quizás ahí me hice una idea muy subjetiva. Anterior a eso, las típicas novelas mexicanas que veía en mi infancia me dejaron más una sensación que una imagen, pero era una sensación linda hacia México.

¿Qué te atrajo del Centro Histórico como tema visual?

El Centro, por amigos y por interés personal, es donde más paso el tiempo. Aunque vivo en Santa María la Ribera, casi todo lo resuelvo en el Centro, y creo que uno tiende a retratar lo que más conoce por inercia. Es también un lugar donde se acumulan muchos estímulos al mismo tiempo: cosas, colores, personajes inesperados. Para mí, representa lo que es la Ciudad de México.

¿Qué emoción o sensación te gustaría que sintiera quien ve esta serie de fotos?

Más que nada, busco compartir los instantes de vida que se viven en el Centro. Transmitir un poco de esa energía tan particular y maravillosa que tiene: una mezcla entre lo caótico, lo íntimo y lo profundamente humano.

¿Cuál fue la primera imagen que disparaste en este recorrido y qué te hizo apretar el obturador?

Si no me equivoco, fueron los mariachis, con un señor mirando de fondo. Estaba caminando por el Centro con un buen amigo y decidimos pararnos en la Cantina La Dominica. Estaba prácticamente vacía, excepto por dos señores tomando en la mesa de al lado, justo al lado del baño, y una dupla de mariachis que al rato se acercaron a conversar con ellos. Una de las cosas más llamativas de esa cantina es el color de sus paredes, así que cuando los vi con sus guitarras en esa esquina tan particular, sentí que tenía que hacerles un retrato.

¿Hay un lugar, objeto o detalle urbano que no podías dejar de fotografiar?

Los niños bañándose en la fuente fue de las cosas más llamativas con las que me crucé. Todas las tardes van y juegan como si estuvieran en el patio de su casa, mientras a su alrededor está pasando de todo. Es un gesto muy simple, pero con muchísima carga simbólica.

¿Te encontraste con alguna historia o personaje que te marcó durante tus paseos?

El primer lugar en el que me detuve a hacer fotos fue en la Cantina La Dominica. Ahí conocí a Miguel, un cantante de cantinas que lleva unos 30 años dedicándose a cantar en esa zona. No sé si él me marcó como persona, pero el hecho de conocer a alguien que ha dedicado toda su vida a un solo oficio, dentro del mismo barrio, me pareció muy significativo. Es una forma de vida muy particular.

¿Hay una foto que no lograste capturar y te quedaste soñando con ella?

Por suerte, en esta vuelta no hubo ninguna que me dejara con esa espinita. Pero claro, como suele pasar en cualquier paseo, siempre hay algo que uno quiere fotografiar y no logra por timing, por luz o por no tener la cámara en la mano. Me pasa mucho aquí en CDMX: hay tantas momentos increíbles que es imposible fotografiarlos todos.

¿Cómo suena el Centro de la CDMX cuando cierras los ojos?

Bocinas de autos, Juan Gabriel sonando a lo lejos, vendedores ambulantes gritando sus ofertas, y organilleros tocando Cielito Lindo. Es una mezcla de ruido y nostalgia.

Si el Centro fuera un sabor y un aroma, ¿cuáles serían?
Sería el olor a tequila y el sabor a sal con limón. El Centro es intenso, tiene una personalidad fuerte pero también cálida.

¿Tienes algún lugar secreto o poco conocido que te guste visitar allí?

No es secreto, pero me encanta la Cantina Tío Pepe, que funciona desde 1869. Conserva mucha de su estructura y decoración original, y entrar ahí es como viajar en el tiempo.

¿Qué recomendarías hacer si alguien solo tuviera 24 horas para explorar el Centro?

Algo imperdible para mí sería visitar el MUNAL, tomar un café en la Casa de los Azulejos, almorzar en el Balcón del Zócalo, y darse una vuelta por la Catedral y Bellas Artes. Son lugares clásicos, pero cada uno tiene una energía única.

¿Un rincón para almorzar sin pretensiones pero con alma? ¿Y una cena especial?

Para almorzar, me encanta el Mercado de San Juan o los Tacos Los Cucuyos. Ambos lugares tienen mucha vida, autenticidad y comida sin complicaciones.Y para una cena más especial, me gusta el Azul Histórico. Tiene un ambiente muy lindo y una carta que rescata sabores mexicanos de forma muy cuidada.

¿Hay una canción que asocias con esta zona?

La Negra Tomasa, versión tropical de Caifanes. Una tarde la escuché saliendo de un taller de autos en el Centro y me tuve que parar a oírla. Nunca había escuchado esa versión y desde entonces, esa canción es esa esquina… y el Centro entero.

¿Qué palabra o expresión mexicana has adoptado?

“Un chingo”, para decir mucho. Y “bote de basura”, porque si digo “zafacón” no hay quien me entienda.

¿Qué es la belleza para ti, vista a través de tu lente en este lugar?

La belleza es muchas veces lo inesperado, lo casual que, sin explicación, se siente con coherencia. Es lo que aparece sin buscarlo y, aún así, uno siente que de alguna manera tiene todo el sentido.