CAFECITO CON
ALDO CHAPARRO: “TODAS MIS ENERGÍAS APUNTAN A PODER HACER LA MAYOR CANTIDAD DE OBRA PÚBLICA POSIBLE”
Nombre: Aldo Chaparro
Profesión: Artista
Nacionalidad: Peruano
Signo zodiacal: Sagitario
Instagram: @aldochaparro
LATINNESS: Aldo, eres peruano, radicado en México. ¿Cuéntanos de tus inicios y cómo terminaste donde estás hoy?
ALDO: Inicié mis estudios en la Universidad Católica de Perú en 1985. Ya casi para graduarme, Lima era un caos: teníamos a Sendero Luminoso y al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, grupos terroristas que se habían tomado la ciudad. Por aquel entonces, en la calle solían escucharse bombas; cuando no dinamitaban una torre de luz —y nos quedábamos sin ella—, se iba el agua. O sea, bañarse y ver la tele al tiempo era algo prácticamente imposible.
Fue una etapa muy extraña. Imagínate lo que es hacer arte en ese contexto. Igual que ahora, ¿no? Te cuestionas cuál es el aporte que debe dar el arte al mundo en situaciones como estas. Y la respuesta, en esa época y en mi ciudad, era que había que hacer una especie de arte desgarrado. Un arte muy muy visceral, que reflejaba mucho dolor.
Desde el comienzo, más de manera intuitiva que por conocimiento, me di cuenta de que hablar de dolor a través del dolor, no me funcionaba. Mi propuesta, como la entendí en ese instante hasta hoy, fue aportar lo contrario. El riesgo, sin embargo, es que se te acuse de superficial, de poca conciencia, que estás evadiendo, pero no creo que haya sido así. De hecho, era una manera de luchar contra la muerte, que era la atmósfera que nos rodeaba en esos años.
Terminé mi carrera igual que mi generación y hoy esa generación está repartida por el planeta. Es decir, levantas una piedra y salta un peruano. Todos se fueron. Algunos de mis amigos partieron a Londres y otros a Nueva York. Entonces, empecé a viajar buscando un lugar donde asentarme y una plataforma para mi trabajo. Así llegué a México y supe que era el sitio perfecto para mí.
Sabía de antemano que no me iba a sentir cómodo si me iba como mis amigos a Londres, que tuvieron que transformar su identidad latinoamericana para adaptarse y de paso ser parte del millón de personas de todo el mundo que están peleando por un lugar. Yo no. Nunca me he considerado tan competitivo, así que entendí que no iba a tener chance alguno en ese contexto. Sin embargo, México me pareció fascinante. Era como una especie de Lima grande. En aquel tiempo sentía que tenían muchas similitudes. Luego me di cuenta de que en realidad es un milagro que hablemos el mismo idioma. Pasa igual con Colombia, ¿no? Esa primera imagen, como que puedes creer que todos somos idénticos, pero somos superdistintos.
LATINNESS: Así es. ¡Hay mil formas de definir ese latinness!
ALDO: Además yo llegué a Monterrey y es una ciudad de plano extraterrestre (ja ja ja). Ahora imagínate cómo era en 1991. En esos años estaba viviendo un boom en el arte, porque si bien mucha gente no lo cree, en Monterrey hay familias que vienen apoyando la cultura y el arte desde hace muchísimos años. O sea, todas las familias fundadoras de las empresas importantes de Monterrey siempre apreciaron el arte. Nada más hacía falta que se agruparan y eso fue lo que pasó. Todos los grandes coleccionistas, los viejos y los nuevos, se unieron y se convirtieron en patrocinadores del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, MARCO.
Eran años extraños: los regios son muy competitivos, entonces, si alguien tenía un Venegas de dos metros, el otro quería uno de seis. También pasaban cosas como que un coleccionista llegara al estudio de un artista de Guadalajara y le comprara todo. ¡Todo! Dibujos, papeles, esculturas, lo que hubiera. Y compraron sin límite.
Muchas galerías del D.F. se instalaron en Monterrey para vender. Por lo general, lo que se ofrecía era el arte de los noventa, que era figurativo, sobre todo pintura con contenidos locales. Esa época estuvo muy influenciada por la exposición Les Magiciens de la Terre pues fue la primera vez que en una exhibición de arte contemporáneo se incluía a un artesano; no solo se observaba al canon establecido, también lo que hacía el otro.
En la muestra Mito y magia en América: los ochentas, la selección de México incluyó la obra del pintor Julio Galán y las creaciones de una familia de artesanos que elabora alebrijes en Oaxaca. Miguel Cervantes, el curador, hizo en MARCO algo histórico.
Monterrey estaba en efervescencia. Recuerdo haber visto a Bruce Nauman, a Schnabel, a Susan Rothenberg, a Annina Nosei. Y bueno, Monterrey tenía a Julio Galán, que era su estrella, y él hacía lo que quería con los regios; no te imaginas cómo se divertía.
Fueron años tremendos. Fue cuando Generoso Villarreal me dijo: “vente a una fiesta (una de las de la inauguración del museo), pero tráete tus portafolios”. Le respondí: “Generoso, ¿cómo voy a llegar yo a una fiesta con portafolio? ¿Estás loco?”. Me insistió tanto que fui y en la puerta lo tiré en una esquina. A él no se le olvidó y después de la cena llamó a todos. Nos sentamos en la sala y anunció: “vamos a ver el portafolio de Aldo”.
Mis ventas en Lima no superaban los 200 o 300 dólares. Creo que lo más caro que había vendido eran 1000 por una pieza gigante. Y esa noche debo haber vendido, no sé, seis o siete. De 200 dólares subí a 4000 inmediatamente, así que la decisión estaba clarísima, ¿no?
LATINNESS: ¡Clarísima!
ALDO: Ese evento me llevó a decidir el lugar en el que pondría mi estudio, pero lo que no sabía era a dónde me iba a mudar (risas). O sea, dije: “aquí es”, pero no tenía idea de lo que hacía. Monterrey era una ciudad de ficción: cero violenta, no había robos ni crímenes. Nadie cerraba nunca en San Pedro la puerta de su casa y ni siquiera le quitaba la llave al coche. Todo el mundo se conocía, todo el mundo era familia. Recuerdo que por esos años la oficina de migración estaba en manos de una señora que si le caías bien te daba la visa y si no le caías bien, te la negaba. Ahora es un edificio gigante lleno de gente de todo el mundo.
En Monterrey pasé mucho tiempo. Allí me casé, nació una de mis hijas, tuve mi estudio, di clases en la Universidad de Monterrey por unos 9 años, abrí una galería y le di vida a Celeste, la revista. Luego, en el 2000, nos fuimos con Ana, mi esposa, y María, mi pequeña de entonces dos años, al D.F.
LATINNESS: Justo quiero hablar de esta etapa en D.F. porque fue cuando te conocí. Uno de mis primeros fines de semana en México me invitaron a Celeste, la concept store, y allí te vi. Me mudé en marzo y fue durante Zona Maco. No estaba segura de si me iba a gustar México, pero me encantó desde el principio porque, claro, fui a todas esas fiestas, a todas las exhibiciones, y estuve en Celeste, que era super cool. Ese fue el México que conocí. Fuiste maestro de Zélika García y formaste parte de ese grupo que creó este México super cool y artístico que es hoy día.
ALDO: Tuve de alumnos a Zélika García, a Mario García Torres, a Eduardo López, a José García, a Benedeta Monteverde y a otros más, y nos convertimos en una especie de grupo. Entonces teníamos exposiciones y hacíamos proyectos; éramos un colectivo y yo contaba con una galería. Pero llegó el momento de irnos. El primero en viajar fue Mario, que empezó a trabajar en el Museo Carrillo Gil; él fue quien nos sembró a todos la idea de partir. Un día, cuando nos dimos cuenta de que era difícil vender los anuncios de Celeste, tomamos la decisión de subirnos a un avión y venirnos al D.F. Y viajamos todos.
Éramos una especie de movida regia y empezamos a hacer un montón de cosas en el D.F. Fueron años increíbles y supercreativos. Fue la época más efervescente de Celeste pues no solo se convirtió en una revista, también hacíamos fiestas, teníamos eventos, publicábamos libros y convocábamos a todo el medio artístico.
En ese tiempo había una revista de moda, otra de arquitectura, alguna de diseño, pero no una que englobara todas las disciplinas y que sirviera de puente. Y funcionó muy bien. Celeste duró casi 14 años. ¿Tú llegaste en el 2013?
LATINNESS: Llegué en el 2011.
ALDO: Fui el editor de Celeste por mucho tiempo y de otras tantas publicaciones, incluyendo una de fútbol y no sé ni patear una pelota. Además, hacíamos la revista de salud de Jorge Vergara.
Él fue nuestro socio, el mejor del mundo, y un maestro superimportante para mí. Era un humanista, un hombre de negocios, un visionario, un soñador. Nosotros nos pegamos a sus sueños a cambio de que él nos ayudara a sacar Celeste y luego BabyBabyBaby que era como su hermanita menor. Pero entonces se casó con Angélica y ella le cerró todos los juguetes, entre ellos la sociedad con Celeste. Así que compramos nuestras acciones de vuelta y nos quedamos con las dos.
Pero para ese momento me sentía cansado. Había abandonado casi por completo mi propia carrera. Trabajaba en mi estudio y producía a tiempos mucho más lentos. Una mañana me levanté y dije: “Hasta aquí llegué. Ya no puedo más”. Fui a la oficina, hablé con todos y les conté: “oigan, yo ya me voy”.
En ese momento una decisión así era crítica porque significaba que tenía que renunciar a mi sueldo, que era la mitad de nuestros ingresos, y la verdad que era bastante bueno pues nos había permitido hacer un montón de cosas. Hablé con todos en mi casa y tomé la determinación de regresar al estudio. Por supuesto, no era como antes. Sabía otras cosas: administración, recursos humanos, relaciones públicas, generación contenidos, aguantar tontos y lidiar con contadores, abogados, etc. Así que mi propuesta era, por un lado, lanzar un proyecto que pegara y funcionara, y por el otro, recuperar mis ingresos.
La verdad, no tardé más de un año y medio en llegar a esa posición. Mis primeros proyectos fueron en Buenos Aires con Ana Torrejón, cuando ella tenía la galería. Ana me abrió la puerta sin ver mi trabajo y ese fue el inicio de una relación increíble. Me llevó a Bogotá, en donde conocí a Carlos Hurtado, y así se dio el segundo comienzo de mi carrera. En México trabajaba con OMR y entonces ya estaba de regreso en el mundo del arte.
LATINNESS: ¡Qué increíble! Cuéntanos algo, eso que dicen que nadie es profeta en su patria. ¿Cómo fue ese regreso a Lima cuando te tocó volver a presentar allá?
ALDO: En todos esos años fui muy poco a Lima. Como un mecanismo de supervivencia, bloqueé que existía para mí. Luego me di cuenta de que las niñas tenían que conocer la ciudad y que yo debía reconectar. Así que empecé a ir. Por supuesto, la Lima que dejé no era la misma. Estaba tremendamente recuperada y era otra ciudad; el mundo del arte no era el que había conocido.
Cuando regresé a trabajar a Lima, ya se encontraban artistas internacionales y todos los grandes coleccionistas peruanos eran parte del board de la Tate, lo que en mi época era imposible. Volví, entonces, con una nueva actitud. Al comienzo iba y venía, llevaba obras, trabajaba con Lucía de la Puente, que era una gran galerista, hasta que un día me dijo que iba a dejar su casa. Entonces le respondí que me la quería quedar para contar con un estudio en la ciudad, porque no tenía dónde trabajar, ni dónde dormir, ni dónde guardar tanta cosa. Y es así como me hice un estudio en Lima. Hace poco finalmente pude comprarla, entonces es oficial. Ahora voy seguido, pero es extraño: ya no siento a Lima como mi hogar —a ti te debe pasar lo mismo—. La verdad es que mi casa es México. Aun así tenemos tantas cosas en común que es un lugar en el que disfruto estar.
LATINNESS: Claro, ¡Qué lindo! Hasta tienes más acento mexicano que peruano hoy día.
ALDO: ¡Ah, sí! Entre chilango, regio, peruano, sí, sí, sí.
LATINNESS: Seguro que te pasa lo mismo que a mí que me preguntan ¿de dónde eres?
ALDO: Es indescifrable.
LATINNESS: Exacto ja, ja, ja. Algo que siempre nos ha llamado la atención es tu cercanía como artista. A pesar de tu éxito y de los años que llevas en el mundo del arte, que es muy intimidante, no caes en el estereotipo del artista. ¿Cuál crees que es el rol de un artista en la actualidad?
ALDO: Años atrás, cuando era más joven, pensaba, al igual que muchos —me imagino—, que el éxito era una sola puerta por la que debíamos entrar todos y que había que pelear por lograrlo. Pero después me di cuenta de que cada uno tiene su propia puerta y que la pelea no es en contra de los demás. Es contra ti mismo, contra tus propios estándares.
Eso cambió completamente mi actitud hacia el mundo del arte. Entendí que no tengo que pelear con nadie, ni ser hostil con nadie, ni aplastar a nadie, ni dejar que nadie lo haga para salir adelante. Hago mi carrera con mis propios estándares. También comprendí una cosa que es vital y que con los años se acentúa y se hace más fuerte: tampoco me importa lo que la demás gente opine de mí y de mi método. Sé que hay muchas personas que me desacreditan porque mis piezas se venden muy bien. Y es que en el mundo del arte, si no vendes, es un problema, pero si vendes mucho, también.
LATINNESS: Es muy complicado.
ALDO: Mis piezas se pueden interpretar de una manera que te permite analizar los procesos y entender su profundidad. Pero al mismo tiempo es un objeto muy bonito que cuelgas en la pared y que decora fabuloso. Eso, para cierta gente, es el diablo mismo. En cuanto empecé a darme cuenta de esa marca que dejaba en la escena local, hice lo que un amigo siempre me dijo: la mejor forma de enfrentar a alguien que no te quiere es sonriendo. Nada los enerva más. Eso es lo que hago.
LATINNESS: ¡Es un superconsejo!
ALDO: Es que estamos aquí tan poco tiempo como para que gastes energías en pelear y discutir con otras personas. A todos nosotros nos sucede que nos guiamos a través del gusto, pero es nuestra manera más básica de aproximarnos a la realidad. Es casi instintivo. Lo hacemos para poder entender lo que nos rodea y clasificarlo de una forma muy primaria: “esto me gusta” y “esto no me gusta”. Pero es tan relativo, o sea, lo que a ti te gusta, a mí puede no gustarme. Depende de tu contexto, de tus preferencias, de tu educación, de tus experiencias. Entonces no podemos fiarnos del gusto.
Por eso ya no juzgo el trabajo de otros artistas. El único criterio que me sirve para juzgar el arte es la honestidad del artista, porque eso, para bien o para mal, no lo puedes esconder. Muchos creen que mezclando información no nos vamos a dar cuenta de quién está copiando y a quién está citando, pero todo se ve en una obra de arte. Puedes observarla y, si tienes información suficiente, entender qué ser humano es el que se encuentra detrás. ¿Está siendo honesto? Qué más da si la obra es horrorosa. Si lo es y además vende, y con ese dinero mantiene a su familia y hace feliz a su pareja y a sus hijos, aplausos, ese es un gran artista para mí, es una persona que vale la pena.
Entonces, como mis criterios no se basan en si me gusta o no me gusta, o si debo aceptarlo o no, he podido aproximarme al medio con otra actitud. Ha sido mucho más fácil y más barato también, porque el mundo del arte es hiperhostil e hipercompetitivo.
LATINNESS: Yo creo que es peor que el de la moda. ¿No?
ALDO: Sí puede ser, aunque se las dan, ¿no? (risas).
LATINNESS: Aldo, tú eres un artista polifacético. ¿Cómo es para ti pasar de una disciplina a otra? Cuéntanos un poco de cómo es el proceso creativo para ti.
ALDO: Todo parte del hecho de ser curioso, pero ahora que lo pienso, una maestra me dijo una frase que cambió por completo mi percepción de las cosas: que cuando dominas una técnica lo que tienes que hacer es abandonarla. Que eso te lo diga una maestra es superfuerte, pero me dio una razón: al aprender una técnica, improvisas y gracias a ello vives en el presente. Tu cabeza y tu cuerpo están en sintonía, tratando de entender cómo dominar el óleo, el carbón o la escultura. Según ella lo que sigue después, es amaneramiento, porque son tus manos las que aprendieron a hacer el oficio. Es como manejar: al comienzo eres muy consciente del clutch y de los cambios, pero después de un tiempo tu cabeza está en otra cosa y tu cuerpo resuelve.
Mi maestra decía que las obras de arte perdían esa cualidad vital que tienen cuando estás aprendiendo. Es por eso que inmediatamente siento que domino una técnica, paso a otra. Lo que antes creía que podía ser una vergüenza, como el hecho de meterte, por ejemplo, a hacer música y sacar una porquería, se convirtió para mí en algo valioso; en una experimentación, en una cosa cruda.
Si luchas por dominar el medio, el medio lucha por mantener su forma original; eso le otorga a la obra un elemento vital. De ahí que siempre me haya gustado pasar de una cosa a otra. Nada más que, igual que todo, nos aburrimos muy fácil y muy rápido.
LATINNESS: Eres muy activo en instagram y vimos allí que tienes nuevos proyectos. Cuéntanos sobre lo que estás desarrollando ahora, como Veintiséis Taller.
ALDO: Bueno, el tema es que en mi estudio de México somos 15 personas; en Lima hay 4; en Madrid, 2 y en Los Ángeles, 2. Por eso he debido aprender algo que muchos artistas no hacen y es tener una cabeza dividida; es decir, una especie de hombre de negocios, administrador y creativo. En el mundo del arte es incluso una figura que hasta se ve mal.
Pero lo hago por mí y por los momentos en que las galerías me dicen: “Oye, Aldo, te vamos a hacer una exposición a finales del próximo año”. Para finales del próximo año ya terminé cinco exposiciones.
Por eso decidí abrir en mi estudio un espacio que es una galería. Al comienzo ponía cosas mías, pero luego también me di cuenta de que era aburridor llegar a mi estudio y ver solo mi obra. Entonces empezamos a hacer exposiciones de otros artistas y a trabajar con diferentes curadores. Las ventas son muy malas porque mi interés no es que sea realmente una galería formal. Es un espacio de exposición. Hemos tenido superartistas y superexposiciones.
Si en algún momento quisiera aplicar a una feria o convertirme en una galería, tengo más experiencia que muchos en la ciudad. Y uno de los proyectos que más me divierte —y que salió de esa galería— es nuestra vitrina, una ventana del estudio que da a la calle, a la que le hicimos una especie de cabina atrás y la arreglamos un poco. Invitamos a un curador y exhibimos piezas que solo se ven desde la calle.
Me encanta porque siempre he sentido que el mundo del arte es una especie de élite que recibe únicamente a quienes manejan la información de la misma élite, ¿no? ¿Qué pasa, entonces, con toda la gente que se siente un poco amedrentada o inhibida? Y es que entrar en una galería es una cosa que a muchas personas les debe costar trabajo. También ingresar a un museo y encima pagar para llegar a un lugar en el que no tienes idea de qué es lo que está pasando, porque el arte es como la religión, ¿no? Son tan cerrados los discursos que si no manejas la información, te pierdes.
Hice este proyecto para darle un poco de arte a la gente que pasa por la calle. Luego lo repliqué en el estudio de Madrid que si bien es pequeño está en primera planta. Y como era un local comercial, tiene una vitrina. En ella realizamos exposiciones y tenemos un curador que piensa en la gente que pasa por allí. Lo hicimos igualmente en el estudio de Lima y ahora queremos poner una vitrina en Los Ángeles.
LATINNESS: Aldo, vimos tu espectacular casa en Valle del Bravo. ¿Cuéntanos de ella y qué tan importantes son los espacios para ti al momento de crear?
ALDO: Son vitales. Mis amigos se burlan frecuentemente de mí; dicen que nada más abro estudios para decorarlos. En realidad, lo que siempre he querido es decorar. Fernanda es igual o peor de loca que yo.
La casa está en Valle de Bravo, porque durante mucho tiempo renté un lugar allí. No quería comprar en ningún otro sitio que fuera ese y luego de mucho rogarles y pedirles a los dueños de la zona, me vendieron un terreno. El arquitecto del proyecto fue Andros Díaz, que es alguien con quien he trabajado muchas cosas: me ayuda con esculturas, hicimos la remodelación del estudio de México y me entiende muy bien. Él es hiperaustero e hipermasculino en sus decisiones, concreto, fierro. El bloque es aparente, no tiene acabados, las llaves del baño son industriales y de cobre.
Sabíamos, eso sí, que el contrapunto bonito de la casa se iba a ver cuando metiéramos nuestras chucherías y cachivaches. Tenemos cosas de un poco de etnias de diferentes lados, colecciones de objetos de la India, de trapos, de elementos que iban a funcionar muy bien dentro de un contexto más austero y minimalista.
Pero la parte que más nos ha emocionado de la casa es el jardín, que es un proyecto de Ana Paula Lavín y Jaime Castello. Está basado en los jardines del francés Piet Oudolf, que son salvajes, como si se hubiera crecido el monte, o como los ingleses, que son así naturalmente. No había semillas ni plantas en los viveros para lo que queríamos. Tuvimos que irnos a la montaña a sacarlas para poder sembrarlas. Lo más bonito es que en las distintas épocas tiene algo que ofrecer, porque no todo florece necesariamente en verano; de hecho en invierno muestra un aspecto diferente. Y pues eso, el jardín y sembrar, se ha convertido, sobre todo ahora en cuarentena, en nuestra actividad.
LATINNESS: Sobre todo ese tema de volver al campo.
ALDO: Absolutamente. Y tenemos un montón de animales; un “animalerío” salvaje: tortugas, peces, cacatúas, hurones, perros, gatos, ranas.
LATINNESS: Hablando de tus años como profesor. Si hoy tuvieras que dictar una clase a futuros artistas, ¿cuáles crees que serían los temas más importantes a abordar en este momento?
ALDO: Todos nosotros nos graduamos sabiendo dibujar después de estudiar arte. Pero la primera vez que me tocó realizar una declaración fiscal, no tenía idea de cuál era el siguiente paso. ¿Cómo haces para manejar un estudio? ¿Cómo haces para ganar dinero?
El problema con los jóvenes no es lo que les falta aprender, sino lo malo que han aprendido. Mis clases serían algo así como: desaprender uno, desaprender dos y desaprender tres, porque, por ejemplo, llegan pensando que la galería va a ser su salvación, que no necesitan saber nada de negocios pues si son lo suficientemente talentosos no tienen más que pintar y una vez al mes les llega el cheque. No sé, de repente eso existe, a mí no me ha pasado. Debe ser padrísimo, pero a mí me tocó otra experiencia.
Por otro lado, las generaciones jóvenes tienen la obsesión de tratar de entender lo que es un contenido en el arte y se esmeran por adjudicarles argumentos a posteriori. Hacen la obra y luego le pegan un contenido que suene interesante para tratar de darle una altura que no se necesita. En el mundo real del arte nadie te pide que justifiques tu trabajo con un conflicto social, personal o emocional.
LATINNESS: Volver a la honestidad, que era lo que hablábamos hace un rato.
ALDO: Así es, el mundo del arte se ha contaminado de pretensiones, así que es a los jóvenes a quienes les cuesta más, porque llegan con cero entendimiento de las reglas. Para ellos es una especie de misterio lo que sucede en el mundo profesional. Pero, en realidad, no es nada complicado.
LATINNESS: ¿Y tienes algún sueño por cumplir aún?
ALDO: Ahora, tengo sueños a partir de algunas piezas y de la filosofía que hay detrás del aparador, de la ventana que da a la calle. Todas mis energías y mis proyectos apuntan a poder hacer la mayor cantidad de obra pública posible, porque es la mejor manera de que las personas disfruten del arte. Una vez que pones una escultura en la calle, la gente empieza a identificarse con ella. Así no entienda nada, la ve, convive con ella y de alguna manera va a afectar por persistencia, por convivencia.
Me gusta, por ejemplo, cuando las personas les ponen apodos a las esculturas públicas. “Nos vemos ahí en el Pájaro Rojo”. Esto quiere decir que la hizo parte de su vida. A eso es a lo que estoy abocado ahora.
Tengo dos proyectos aquí en México que ojalá salgan. También uno grande en Lima y una pieza que vamos a poner en Taxco. Estoy persiguiendo esos lugares; yo me encargo de la pieza, la dono. El arte público no es buen negocio, a menos que seas (Claes) Oldenburg o Sebastían, porque no cobras proporcional al tamaño. Sé que no va a ser un negocio para mí, pero eso es lo que quiero, ese es mi sueño.
Cuando era chico había un sitio donde nos juntábamos todos a ver la puesta del sol y logré convencer al alcalde de que instaláramos una escultura justo en ese lugar.
LATINNESS: ¡Maravilloso para las futuras generaciones!
ALDO: Esa es un poco mi idea y es en lo que estoy enfocado.